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Foto del escritorCarmina Claramonte

Duelo en la adolescencia y juventud

El duelo a cualquier edad no es patológico, es el proceso que vamos a atravesar de forma natural ante toda perdida (emocional, personal, por ausencia de alguien cercano….). En este articulo hablaremos como podemos ayudar al adolescente o joven  que  ha tenido una pérdida de un ser querido por fallecimiento para evitar o estar atentos a complicaciones que puedan darse y buscar ayuda del psicólogo.


Las pérdidas de un ser querido durante la adolescencia y la juventud puede ocasionar un punto de inflexión en el joven, ya que seguramente se trata de la primera perdida de alguien cercano,  la primera vez que toma conciencia de la muerte, por lo que puede no saber cómo manejar esa nueva experiencia vital. El duelo es un proceso interno natural  de adaptación emocional ante una perdida, pero cuando se es joven, con todo el barullo de cambios internos, físicos, sociales, la presión por ser válido, aceptado, exigencias escolares y de amigos, y un sinfín de novedades en la vida. Afrontar la ausencia de alguien querido es “otra cosa más que añadir” otra adaptación que se debe hacer.  Por lo que el duelo en esta etapa vital es un poco diferente. 


Factores que influyen en la evolución de este proceso: 

Este proceso es vivido de forma personal y particular por cada persona ya que cada uno tenemos herramientas diferentes para afrontar pérdidas


La etapa evolutiva en que se encuentra la persona en este momento. Como ya hemos adelantado, la adolescencia es una etapa evolutiva llena de cambios, descubrimientos, adaptaciones, nuevas formas de interactuar con el mundo que les rodea, etc. 

El joven trata de integrarse en el grupo de iguales que pasa a ser el pilar fundamental en el que se apoya, tratando de construir una identidad que la mayoría de las veces se muestra frágil. Es una etapa de gran vulnerabilidad por todos los cambios y ajustes que implica, así que en este momento evolutivo la muerte de un ser querido siempre va a resultar significativa. Igual que en la preadolescencia,  entienden todas las dimensiones de la muerte, aun así, seguramente es la primera experiencia con la misma. El impacto de la primera perdida es muy grande y sorpresivo, aun siendo anunciada, porque es lógico que al no tener integrada esta experiencia aparezca la defensa de la negación o no aceptación “No puede ser” de manera más aguda. Suelen sobrar las explicaciones, aunque ellos agradecen un espacio abierto para poder comentar las cosas, así como recibir información de primera mano sobre el fallecimiento. Tras el primer impacto, es aconsejable para que el duelo no se complique que hable y exprese sus sentimientos y también del ser fallecido, para que el joven se permita elaborar una despedida. Para ello es de gran ayuda que el entorno le permita expresar sus emociones, sin censurarlas ni juzgarlas, respetando el tiempo de elaboración de las mismas, así como que se sienta acompañado en el proceso.


La cercanía con la persona fallecida. Hay perdidas que tienen mayor importancia que otras y se sentirá el duelo con mayor intensidad. Tendremos que distinguir si se trata de un progenitor (abuelos, padres) o entre iguales (amigos, hermanos, compañeros)  la cercanía que se tenía con la persona ausente y  la causa del fallecimiento, también conocer como fue el último contacto con el fallecido será un factor que influirá en el proceso. Si la pérdida es de una persona joven (amigo, hermano, compañero de estudios…. ) aparece la idea “Esto también me puede pasar a mi” y con ella el miedo. Si esta emoción se apodera del joven, será necesario acudir a un profesional de la psicología. En este caso, la terapia se centrara en evaluar la emoción y como afecta al adolescente- joven, y gestionar ese miedo de forma que pueda aceptarlo y transformarlo.


El apoyo social y emocional recibido para transitar por el mismo. El apoyo social va a influir en la intensidad del duelo. Ayuda sentir que hay un refugio en personas en las que se pueden sentir apoyadas y que respetan sus emociones dejando espacio para su expresión. Los Adolescentes son conscientes de la tristeza que genera un fallecimiento y no quieren añadir dolor con su estado emocional, por eso tratan de fingir un bienestar que no tienen en presencia de otros adultos afectados por la pérdida, por lo que prefieren compartir su mundo emocional con su círculo de amigos.


Posibilidad de hacer un preduelo o fue una muerte repentina. Si hubo tiempo para prepararse para esa pérdida o hubo oportunidad de hacer una despedida, influirá de forma positiva en la intensidad y duración del proceso.

Como comprender y apoyar al adolescente/ joven en este momento: Si no se siente en capacidad para dar este apoyo, se puede recurrir a un psicólogo para que le acompañe  en este momento y ayude a gestionar las emociones desbordantes.

  • No les apartemos ni les contemos mentiras relativas a la muerte. Si hay una enfermedad terminal, tienen que saber de la gravedad, el tiempo de vida estimado. Si el fallecimiento ha sido por una muerte violenta deben saberlo, o si fue un suicidio debemos poder abordarlo con ellos. La verdad facilita mucho el proceso, mientras que ocultar, mentir o engañar es una de las cosas que más dificulta a largo plazo.

  • Sentirse parte activa. Tener en cuenta la opinión del menor para hacerles sentirse valiosos como parte importante de la familia durante esos momentos tan difíciles, frente a la actitud sobreprotectora de apartarles a un lado.

  • Dejarles espacio para la expresión emocional, respetando sus tiempos. Les suele molestar que nos mantengamos demasiado cerca o demasiado lejos.

  • Permitiremos sus expresiones, incluso aquellas que estén alejadas de la realidad o estén ligadas a ideas fantasiosas e irreales. Dejaremos que expresen y corregiremos  con cariño aquellas que estén muy alejadas de la realidad y puedan generar cierta desconexión. 

  • Si la persona fallecida era central para el adolescente, es importante que sea uno de los primeros en recibir la noticia.

  • Es conveniente corregir o prestar una especial atención a las conductas peligrosas que se desencadenen tras un fallecimiento significativo “Total, a mí ya todo me da igual”, hay que transmitirle al menor que esa idea no es real.

  • Mantener un diálogo abierto en lugar de reprender o castigar las conductas de riesgo y las opiniones alejadas de lo socialmente aceptable. Hablarles de nuestra experiencia a su edad suele ayudarles aunque no lo reconozcan.

  • Darles un papel activo en los rituales de despedida y en los actos en torno al fallecido, no hay que alejarles ni proponerles un papel secundario. De esta manera validara sus emociones.

  • Que el adolescente rehaga su vida cotidiana (estudios, amigos, trabajo, aficiones… ) , minimizar los cambios en su vida evitando que asuma ahora roles o actividades que no le corresponden o que tenga que abandonar sus actividades. Intentar que su mundo se vea lo menos interrumpido posible, para poder reorganizar sus emociones de forma natural.

  • En esta etapa prima el pensamiento abstracto que le permite teorizar sobre todas las cosas sin necesidad de haberlas experimentado, así, tras una pérdida, lo normal es que haya un intento de enfrentarse a esta nueva situación desde el plano teórico. Es una etapa de cuestionamiento de valores, normas, ideas, ideales, creencias y así lo demuestran en el modo de afrontar la muerte.

Signos de alarma o actitudes  a prestar atención en el adolescente:

Las etapas del duelo (Negación,  Ira,  Negociación, Depresión, Aceptación)  en este momento van a ser las mismas que en los adultos, aun habiendo particularidades. Si en alguna de estas fases la emoción no se gestiona de forma adecuada se manifestara en el futuro del joven, por lo que hay que estar atentos para que el duelo sea bien elaborado y se pueda avanzar en su resolución hablando de sus emociones, recuperar su ritmo personal y social, superando sus miedos, tristeza y cualquier emoción invalidante.


  1. Irritabilidad extrema o cambios de humor constantes que no cesan con el paso del tiempo

  2. Dificultad de concentración o incapacidad para reintegrarse al ritmo normal de la clase.

  3. Aislamiento extremo.  No quiere participar de eventos sociales con amigos en los que antes sí participaba.

  4. Pensamientos negativos recurrentes sobre la muerte que no cesan tras el paso de un tiempo prudencial y que suelen convertirse en ideas algo irracionales o irreales.

  5. Sintomatología depresiva.

  6. Ideación suicida que llega incluso a la elaboración de un plan suicida.

  7. Asunción de responsabilidades que antes no asumía, abandona las actividades que antes hubiera hecho para cuidar de otros familiares.

  8. Aparición de trastornos somáticos, obsesivos, de ansiedad, de separación, que anteriormente no se habían manifestado o no lo habían hecho con la intensidad significante como para considerarse significativo

  9. Agresividad o impulsividad que se les escapa de control

  10. Consumo de sustancias inadecuado para su grupo de edad para refugiarse de la realidad.

  11. Incapacidad para retornar a sus rutinas habituales que tenía antes de la pérdida.

  12. Culpa recurrente que no cesa

  13. No quiere que las cosas del fallecido se toquen, que nada cambie, ya que asocia los pequeños cambios con el olvido, no acepta su desaparición.

  14. Pone en práctica conductas de riesgo sin temer por su vida, o precisamente porque la vida ha dejado de preocuparle o de tener valor para él.

  15. Sintomatología parecida a la depresiva, tristeza excesiva, apatía y falta de motivación.

  16. Ira hacia quienes le dieron la noticia o hacia el personal sanitario, llegándoles a hacer responsables directos de la muerte.

Si el adolescente- joven presenta alguna actitud de las nombradas es aconsejable visitar a un psicólogo que pueda ofrecerle ayuda psicoterapéutica.


En este caso la terapia del duelo se centra en ayudar a traspasar las fases del duelo que se han quedado “atascadas”, acompañando hasta la aceptación de la pérdida y su restablecimiento a la vida sin la persona fallecida.

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